Nacida de una complicada conjunción de habitantes originarios y pueblos colonizadores, el territorio nacional se fue poblando. Los nativos fueron cayendo en aras del progreso, y en aras del progreso también, comenzó a estimularse la llegada de la inmigración que proveería de trabajo y buenas costumbres estos alejados dominios sudamericanos. Algunos de las colonias de inmigrantes, se fundieron con el paisaje y las diferentes culturas, mezclaron sus costumbres con las criollas y nacieron de allí las expresiones que forjarían la tradición nacional. Otras colonias, celosas de su historia, sosegaron la nostalgia de la tierra perdida manteniendo sus costumbres tal y como las habían vivido en sus países natales. Villa General Belgrano es uno de los casos. El territorio cordobés, de cabrito, mate y peperina, guarda en uno de sus valles, una pequeña postal alemana. Casitas con tejados a dos aguas, tejas rojas, y abundante madera. Comidas típicas de reminiscencia alemana, pinares de frondoso verde, rubios lugareños de costumbres arias. Todo compone el paisaje ideal para conocer y disfrutar las exquisiteces e historias de una de las culturas que decidieron o tuvieron que construir su vida en estas tierras. La sepa alemana que le dio nacimiento en 1932, se ha mezclado con pueblos provenientes de otros países, hasta convertir la pequeña villa serrana, en una ciudad de mágicos rincones. En ella, las reminiscencias de la buena cocina se hacen presentes en todo momento. Las más exquisitas recetas, tienen además festejo propio. Fiesta del Chocolate Alpino y la Masa Vienesa es cuando la villa se colma de montañas de postres y finísima repostería centroeuropea. Cada octubre, el elixir de la cebada y la malta, se obtiene artesanalmente para producir una cerveza de excelente calidad: Oktoberfest, o Fiesta de la Cerveza. Villa General Belgrano, posee además rincones de exuberante vegetación y recorridos que unen la magia de sus arroyos con el entorno de las sierras grandes. Caminar entre los pinares de sus alrededores, remontar la Quebrada de la Zarzamora o el serpenteante camino que conduce al Cristo Grande. Cuando el sol se derrama por los senderos del valle, cabalgar a la vera de los ríos, disfrutar de la adrenalina del turismo de aventura, travesías al imponente Cerro Champaquí, recorridos por el eterno claroscuro de sus mágicos bosques. Cuando las luces diurnas caen bajo el dominio oscuro de la noche, asistir a restoranes, divertirse en los pubs y las discotecas del lugar, pasear entre las calles de paisaje centroeuropeo, entre los edificios alpinos. Entonces, luego de tanto andar, el cuerpo reclama el descanso. Desde la ventana de una de sus cabañas, desde la comodidad de sus hoteles, la villa se hundirá en la tranquilidad más absoluta teñida en el brillo platinado de la luna. Allá en el horizonte, el Champaquí, ya no será la importante montaña serrana que se levantaba orgullosa a plena luz. Allá a lo lejos y en una antigua comunión de complicidad con sus habitantes, el imponente cerro se viste de un particular claroscuro que lo muestra agudo y nevado, como son los Alpes del centro de Europa. Así, el cerro curaba la nostalgia de los primeros pobladores, así la tierra les daba la bienvenida y los impulsaba a seguir construyendo el paraíso que hoy se alza orgulloso entre los rincones del valle y la magia de la tradición.
Distancia a Córdoba 88 Km